miércoles, 7 de octubre de 2015

Ruidos en el techo

Estoy en la cama. No puedo dormir.

Joder, todos los días igual. A parte, ya de por sí, que mi cuerpo no me deja, ¡¿PODRÍA CALLARSE Y ESTARSE QUIETA LA PUTA VIEJA?! No para de hacer ruido y yo no paro de dar vueltas.

¿Qué hora es? Cojo el móvil y son las 2:50 de la mañana. Perfecto, hasta por lo menos las 11, 11:30 ya no me levanto. Y no me gusta levantarme tan tarde.

Me giro hacia un lado. Me giro hacia el otro. Nada. ¡¿PERO QUÉ HACE?! No para de mover la cama, chirría cada vez que se mueve. Si su habitación no estuviera justo encima de la mía no oiría nada. Tengo los ojos bien abiertos, fijos en el techo. Todo está oscuro. No puedo evitar oír nítidamente todo lo que hace.

Qué puto horror. Ahora oigo cómo se levanta. ¿Pero adónde va a estas horas? Oigo pasos, sus pasos. Se dirigen a lo que seguro será un mueble que tenga al final de la habitación porque ¡cómo suena la madera al arrastrarla! ¡Pero esta señora está loca! ¡Moviendo muebles a las tres de la mañana!

Algo que parece ser redondo, como una canica, cae al suelo. Va dando botes, cada vez más seguidos, conforme mengua el sonido.

¡Dios! Pasos otra vez. No. No va a la cama, se alejan. Vale, parece que va al baño. No.

¡Madre mía qué noche! Hay tanto silencio que oigo perfectamente todo. No tardo en darme cuenta que abre la puerta principal del piso. Suena mucho por el eco de la escalera.

Me quedo un poco en blanco. No sé qué hacer. Me da algo de miedo pensar que esta señora salga a estas horas. El caso es que no he oído cerrarse la puerta.

Me decido a levantarme para ir a cotillear, y sin hacer el más mínimo ruido abro la puerta de mi habitación. ¿Oirá ella también el ruido que hago yo? Voy corriendo a asomarme a la mirilla, descalzo, a penas hago ruido. Miro por ella y la luz del portal está encendida. Dura pocos segundos así que pronto se apagará. ¿Ha bajado? A no ser que no haya hecho ruido los pasos de las escaleras no los he oído. Sigo mirando por la mirilla. Intento no hacer ruido ni con la respiración. Luz encendida aún. Sigo mirando. Luz encendida. Sigo mirando. Luz encendida. Sigo mirando.

Silencio absoluto.

Luz apagada.

Por unos segundos me quedo totalmente a oscuras y en silencio. De pie, solo, en el pasillo, pegado a la mirilla. Noto lo fuerte que me golpea el corazón en el pecho.

Todo está negro.

Luz encendida.

¡DIOS! ¡Qué puto susto! Me retiro de la puerta. ¡LA CUENCA VACÍA DONDE DEBÍA HABER UN OJO ESTÁ PEGADA A LA MIRILLA! ¿Qué intenta?

La puerta empieza a abrirse. ¿QUÉ? ¡Pero si no tiene llave! ¿Qué cojones? Dios, dios, dios... Estoy un poco paralizado por el miedo. Lo primero que se me ocurre es entrar en la habitación de mi hermano, que está al lado. Hago el menor ruido posible. Abro, entro, y cierro tras de mí. Voy corriendo hacia su cama. Cojo su móvil y le alumbro la cara mientras que con la otra le tapo todo lo que puedo la boca para que no haga ni el más mínimo ruido. Le despierto. Me alumbro a mi cara para que vea que soy yo y no se asuste. Me acerco y le digo al oído que la Juana, la vieja de arriba, ¡ha bajado y está entrando en casa! Shh... Me quedo sentado a su lado. Los dos estamos en silencio. Él se frota los ojos, estaba en pleno sueño.

La puerta de entrada se termina de abrir y el único sonido que puedo percibir es un murmuro continuo por parte de la señora, como balbuceando. Al parecer no me ha oído, no sabe que estamos aquí. Oigo que camina lentamente, en plan zombi. Hago un gesto a mi hermano para que no haga ningún ruido. Va hacia la habitación de nuestros padres. Susurro a mi hermano: Alber, Alber... ¿qué hacemos? El corazón me va a mil, que puto miedo, joder. No sé qué hacer, estoy totalmente en silencio, pegado a mi hermano. No hacemos ningún ruido. De repente oigo a mi padre quejarse por la luz de su habitación, no le gusta que la enciendan mientras duerme. Gritos.

Alber, vamos, levanta, vámonos, porfa, vámonos a la calle. Corre.

 Le tiro del brazo, le fuerzo a levantarse. Lo pongo detrás de mí. Le digo bajito que, como su puerta hace un poco de ruido, salgamos corriendo hacia la calle nada más abrirla. Joder, se me va a salir el corazón del puto miedo que tengo.

¡Alber, venga!

¿Por qué gritan papá y mamá?

Te he dicho que la vieja ha bajado... Ven, vámonos a la calle, ¡corre!

Le tiro del brazo. Va detrás de mí. Cruzamos el portal. Salimos a la calle. Una vez fuera mi voz ya es normal, pero muy asustada.

Venga, Alber, vamos a escondernos. Pienso enseguida que detenerse a esas horas a llamar a alguna casa o pegar gritos de auxilio no valdría. La gente duerme y tardaría en reaccionar.

Nos escondemos detrás de un coche. Hemos recorrido un buen trecho desde la salida del portal del bloque de pisos. Estamos agachados. Solos en la calle. Nos asomamos un poco por encima del coche. Una figura de pequeño tamaño y encorvada está en el umbral de la puerta. Plena noche, todo en silencio. La única luz la de las farolas de la calle. Hace frío. De repente vemos cómo la vieja comienza a andar en nuestra dirección, por mitad de la calle. Cada vez va más rápido.

¡SOCORRO! ¡QUE ALGUIEN NOS AYUDE! No he podido aguantar más. ¡Alber, grita! ¡Pide socorro! Los dos chillamos a la vez mientras corremos con la vista fija en la señora que aún nos persigue…

Me despierto todo sudado en la cama. El alivio que siento al descubrir que todo ha sido un sueño me calma muchísimo. Me quedo en silencio. Respiro hondo. Miro el móvil y son las 4:30 de la mañana. Qué raro despertarme yo por un sueño a estas horas.


Abro bien los ojos. Parpadeo fuerte. Me quedo mirando al techo unos segundos. Luego miro a toda mi habitación. Aunque sea de noche puedo ver las formas de los muebles. La luz de las farolas de la calle también ayuda. Pero no logro comprender algo que... Me asusto, me cubro con las mantas hasta la cabeza. El único sonido que empiezo a percibir de repente es un murmuro continuo, como un balbuceo…, que se dirige a mi cama.


jueves, 7 de mayo de 2015

Cazadores

Estaba anocheciendo. Habían salido temprano en dirección a la montaña, justo al norte de donde su casa se encontraba.

Buscar comida desde lo más temprano de la mañana y no haber encontrado nada resultaba un tanto frustrante para los dos hermanos. Su madre les había encargado traer algo para la comida y con uno o dos conejos bastaba, aunque si podían traer algo más, mejor que mejor. Sin embargo ya habían dejado atrás el bosque y no habían cazado ningún animal. El sigilo no era uno de sus puntos fuertes y los asustaban a su paso, aunque tal vez no fuera eso y se tratase de sus grandes armas, que bien provistos de ellas iban.

Llegó un punto en el que el bosque daba pie a la montaña. Podían intentar cazar desviándose de esta, pero se conocían el bosque lo suficiente como para hacerlo. Así que decidieron continuar de frente adentrándose y subiendo por el camino de la inmensa y alta masa de tierra que se alzaba ante ellos.

Su madre siempre les recomendaba no hacerlo ya que era un camino peligroso, pero no llevar nada de cena a casa era peor: la furia de una montaña no tiene nada que hacer contra la furia de una madre.

El ascenso era angosto y lleno de grandes rocas. Tuvieron que subir por encima de algunas para poder continuar su paso. Una rama traviesa de un árbol seco decidió jugar con el ojo de uno de los hermanos y le propinó tal arañazo que le hizo retroceder varios pasos. Ya habían avanzado bastante y caerse no era ni por asomo una opción a barajar, así que mantuvo la compostura y continuó el camino junto a su hermano.

No pasó ni un instante cuando llegaron a una zona llana, un claro en la montaña que les permitió descansar durante algunos minutos, pero no pasaron ni dos cuando de pronto una multitud de conejos cruzaron velozmente ante ellos.

No lo dudaron, les dieron caza enseguida. ¡Ya está! ¡Por fin!, pensaron. El haber estado cazando hasta que cayera el sol al menos había dado sus frutos. Pero no todo era bueno, no siempre.

La bajada de lo que habían recorrido de montaña les costó un poco más que la subida, y más ahora que llevaban la carga de los conejos. Un fatal resbalón con una roca hizo que el hermano del ojo arañado cayera ladera abajo. La caída afortunadamente no fue muy larga pero se había roto una pierna y no tuvo más remedio que ir cojeando el resto del trayecto. La noche ya había entrado de lleno cuando terminaron de cruzar el bosque de nuevo para llegar a su casa. 

En ese mismo instante, no muy lejos de allí, en el pequeño pueblo de Einst, un cartel pegado a un poste de madera se despegaba dejando rastros resecos de papel amarillento. En él rezaba lo que parecía ser la desaparición de dos niños pequeños. Hacía diez años que alguien lo había pegado allí y desde entonces nadie lo había quitado, solo el viento y el paso del tiempo habían podido ya con él.

Los hermanos llegaron por fin a su casa. Después de un día nefasto de cacería por fin estaban de regreso. Atravesaron el oscuro y frío agujero que tenían enfrente y se adentraron de lleno en él. Soltaron los conejos en el suelo y junto al resto de su familia, comenzaron a darse el festín de ese día.

Andar a cuatro patas era complicado, más aún si una de ellas estaba fracturada, pero llevar tanto tiempo perdidos y haberse acostumbrado a vivir con lobos, había resuelto ese problema.


miércoles, 25 de marzo de 2015

Adelaida

No hacía falta que el despertador sonase, justo antes de que lo hiciera lo apagaba. Estaba acostumbrada a hacerlo. Era su día a día y nunca llegaba tarde.

Adelaida era una chica joven, de complexión alta y delgada. Su pelo largo se mecía adelante y atrás mientras se levantaba de la cama ese día. ¿Qué era lo siguiente? ¿Estirarse y bostezar? Ni hablar, ella era demasiado fina para hacer eso. Lo siguiente era dirigirse al baño y allí, aplicarse todos los productos de belleza que tenía. En realidad no le hacían falta, ya era demasiado guapa sin ellos. Aún así se aplicaba multitud de productos y maquillaje. Después, lo último antes de salir de casa era vestirse (elegantemente) y desayunar. Siempre puntual.

Ser una empresaria de alto rango y prestigio no lo era todo para ella, también tenía que ser observada por los demás. ¡Y vaya que si lo hacían! Tan conocida era en la empresa por su belleza que se hizo más famosa incluso que algunas actrices.

Era su única obsesión: estar hermosa. Esto hacía que fuera una persona totalmente egocéntrica y egoísta, pero eso le daba igual.

Ese mismo día en el trabajo oyó cómo unas compañeras discutían sobre un nuevo producto de belleza: una crema rejuvenecedora "¡lo más de lo más!", decían. Como era de esperar, Adelaida no podía estar sin la novedad, ¡tenía que estar a la moda! Y sin dudarlo fue a comprarla a uno de los sitios más exclusivos del barrio rico en el que vivía. Sin embargo más tarde esa empresa quebró, quién sabe por qué.



Hola, me llamo Claudia y soy ex-compañera de trabajo de Adelaida. Hace ya tres meses de ese último día. Todos nos preguntamos qué pasó. Pensamos que se había mudado pero...no sé, estoy asustada.

Ayer por la noche mientras regresaba a casa del trabajo pasé por su barrio, y me pareció ver a una persona en una de las ventanas de la casa de Adelaida.

Estaba oscuro, las luces de las farolas alumbraban tenuemente la ventana, aflojé la marcha del coche y entorné los ojos: había una mujer mirando a la nada, medio oculta tras unas cortinas, su cara... ¡Tenía la cara despellejada! Hasta me pareció ver trozos de hueso entre la carne. Fue en esos momentos cuando sus ojos brillantes me miraron, pegué un acelerón al coche y desaparecí de allí.

No sé lo que vi, ni quiero saberlo. Lo que sí tengo claro es que desde que ella no está las cosas van mucho mejor en la empresa.

¿Sabéis? Me da igual, que se joda la señorita presumida.


martes, 24 de marzo de 2015

Uno de los mejores recuerdos de mis 21 años de vida

Uno de los mejores recuerdos de mis 21 años de vida. Una pequeñísima historia por la cual creo que los animales poseen algo que podría denominarse como ALMA.

Mi vida siempre ha sido algo complicada, y por diversas cosas del ¿destino?, (bueno, no sé como llamarlo) he tenido que mudarme varias veces de casa. Ahora mismo podría contar entre 10-13 veces, ya perdí la cuenta. Pero eso no importa, lo que sí importa es lo que conlleva el mudarte a otra ciudad teniéndote que llevar contigo tus más preciadas pertenencias, y sobretodo si se trata de un animal.

Y aquí os presento a mi perra Lulu (o Lulú con tilde, yo la llamó con o sin tilde, según me da). Es una chiguagua. La tengo desde que era muy pequeñita, tanto que recuerdo perfectamente el hecho de tocar su cráneo y notar como todavía tenía en la parte superior un hueco porque ni siquiera se le había formado del todo. 
Una de las veces que me mudé tuve que hacerlo a Ciudad Real y lo mejor que primariamente pudimos encontrar para vivir fue un piso de alquiler. Da la casualidad que los caseros eran personas ancianas y tenían el piso muy bien cuidado y no querían alborotos y muchos menos tener animales, "aunque sea un animal pequeñito", dijo la señora mayor.Con lo cual, y casi sin remedio tuvimos que buscar a alguien en el pueblo para que se quedará con "la Lulu" (así la llamamos a veces jeje) y se la dejamos a una señora que mi madre había conocido con el tiempo y con la que se llevaba muy bien.
Pasado un tiempo me olvidé un poco del tema "tener una mascota", sin embargo la echaba mucho de menos.Pasó más de año y medio hasta que por fin nos mudamos a otra casa en la que ya podíamos tener a la perra.Fue el día en el que fuimos a recogerla a la casa de la señora donde mi madre la dejó cuando me di cuenta de ello.Yo estaba muy nervioso, parecía que iba a dar un monólogo ante miles de personas o dar un discurso ante millones, tenía esa misma sensación de nervios, un nudo en el cuerpo demasiado fuerte. Lo único que pensaba era: "¿me reconocerá después de tanto tiempo?".

A partir de aquí lo único que recuerdo es entrar a la casa de la mujer y oir a la perra de ladrar (conocía su ladrido aún siendo ya casi adulta). Estaba escondida debajo de la mesa. Yo iba delante; mi madre y mi hermano iban detrás mía, pero yo el primero."Está asustada, je,je"-dijó la mujer-"A lo mejor no os conoce" -continuó en un amago de "consolarnos" al vernos tristes porque la perra no nos hacía caso después de tanto tiempo. Yo está claro que es lo que pensé, lo único que pensaba: "Buah, después de casi año y medio es normal que no nos conozca y que ya se haya acostumbrado a estos dueños, los perros son así."Yo me agaché, me puse de cuclillas con los brazos abiertos apuntando hacia la mesa intentando atraerla hacia mi. Yo la llamaba, "Lulu, bonita, ven, pero sal de ahí". Mi madre y mi hermano comenzaron a llamarla también.Seguía asustada, ladrando debajo de la mesa.Yo seguía llamándola: "Lulu..., bonita, pero ven...Lulu...".

A partir de aquí comencé a dar todo por perdido. Comencé a pensar que definitivamente no nos reconocía. Pero justo en el momento en el que empezaba a desesperar en mi intento, justo cuando me iba a levantar, justo en mi último "Lulú...", la perra paró en seco de ladrar. De repente asomó un poco la cabeza por debajo de los faldones de la mesa. Sus ojos brillaban. Se había calmado. Salió corriendo hacia mi y pegó un pequeño salto a mis brazos. Arranque a llorar como nunca lo había hecho, pero lo hacía por una felicidad inmensa. La achuché y abracé como nunca lo había hecho con un animal. Lulú me lamía por todo sitios, movía su pequeño rabo muy intensamente y se movía muy nerviosa entre mis brazos, de un lado para otro. ¡Nos había reconocido! ¡Después de año y medio! Yo jamás pensé que un animal tuviera esa memoria, y menos aún que nos recordase desde que era solo un pequeño cachorrito.Me levanté con ella en los brazos. Mi madre la cogió y empezó a lamerla a ella también por toda la cara, después a mi hermano. Todos sollozando, yo llorando a mares...Buah, fue tal la felicidad que sentí en esos momentos que aún hoy en día tengo este recuerdo como si lo hubiera vivido ayer mismo.
Es por este recuerdo, y por muchas otras cosas que conozco de los animales por lo que creo que en el fondo tienen algo, algo que no se puede tocar, algo que hace que te conozcan, que de besuqueen y laman de vez en cuando, que te pidan comida, que se acuerden de ti después de tanto tiempo…